Juan López Capítulo 2

La siguiente entrada es una colaboración de Jahaziel Ramírez.

TARDE
Por Jahaziel Ramírez Martínez

Ya hace una semana que perdí mi empleo por olvidar mi contraseña. Todavía me da risa cuando me acuerdo. Llamé a mi jefe y le conté que la había recordado, que todo estaba allí en la máquina. Que podía revisarlo el mismo. Le expliqué que en la cuenta de correo que había hecho exclusivamente para asuntos laborales podía hallar los pormenores de la negociación. Minutas, análisis, etc.… Todo estaba allí.

Nunca más pude abrir esa cuenta, aunque recuerdo la contraseña. Era *****. Pero nunca pude entrar. Leyendo el periódico me enteré que la empresa finalmente firmó el convenio y que a mi jefe lo nombraron Director General.

Llamé a mi exjefe para solicitarle que me diera otra oportunidad. Nunca atendió. Envié mails, llamé, lo visité, pero fue en vano. Empiezo a creer que no le interesa ayudarme. Lleno solicitudes, preparo mi papelería y me pongo a buscar. Nada. Nadie llama de vuelta. Nadie me concede una entrevista. Parece como si el mundo entero me ignorara. El dinero se acaba.

Mi dieta siempre ha sido una muy buena. En mi casa se preparan platillos deliciosos. A veces me recuerdan al rancho con los frijoles negros guisados, un queso de vaca y una salsa de chile pajarito martajado en el molcajete. Huevos estrellados con salsa verde, o con salsa roja, o revueltos con chile, son un manjar común. Los miércoles que hay tianguis me preparan una guiso de calabacita tierna con elote y picante. Un guiso de cortadillo es el plato fuerte, y un arroz esponjoso y bien sazonado les acompaña. Pero me han dicho que el dinero se acaba y que es necesario que aporte dinero de nuevo para poder subsistir.

       Sacó mi cartera y solo quedan 50 pesos. Compro las tortillas y solo me quedan 36. Por primera vez desde que perdí mi empleo me siento frustrado. Pongo el signo de pesos a mi carro y salgo a poner los 36 pesos de gasolina. Al llenarlo, recibo mi primera oferta. Lo vendo al instante en 10 mil pesos y espero que eso nos ayude a mantener una buena dieta. No sé cómo me sentiría si el café falta a la mesa.

El dinero del carro me permite subsistir. Pero hace mucho que no advertía que la vida es cada vez más cara. Ya no uso auto, y el transporte público subió 2 pesos. Apago todos los focos porque la electricidad ha aumentado un 5%. El agua subió un 20%. El año pasado que tuvo un ridículo aumento de 60% y empezaron los recortes no me quejé tanto como lo hago ahora. Ya no como galletas  con el café. Los impuestos y los aumentos las han dejado fuera de mi alcance. Ya no compramos cebolla. La papa es solo para acompañar el fideo porque subió de 20 a 40 el kilo y ya no hago salsa de tomate, porque a veces ya ni lo encuentro en la tienda. Parece que los 10,000 no durarán mucho.

Estudio mi estrategia y decido quitar mi último empleo de mis referencias laborales. Entonces empiezo a conseguir entrevistas de trabajo. Han pasado 2 meses y al fin veo un rayo de esperanza. Ya casi no me queda dinero, pero tengo 5 citas de trabajo y mucha fe en que conseguiré un empleo.

El lunes me levanto temprano porque tengo mi primera entrevista a las 9:00. Hay que cruzar toda la ciudad, pero según mis cálculos eso debe tomar a lo más 50 minutos y estoy listo para tomar mi primer microbús a las 8:00. Toda parece marchar bien. Pero son las 8:10 y el micro apenas se asoma. Tarda 25 min. En llegar al centro de la ciudad… 8:35. Suspiro… El próximo micro no tarda en pasar, pero tiene que cruzar un centro saturadísimo. 10 minutos después apenas ha avanzado unas cuadras. Por fin acelera.  Logra avanzar rápido, pero la gente al bajar tarda mucho porque está muy lleno. Alguien pisa mis zapatos boleados. No duele pero me molesto y disimulo. Por fin tengo una entrevista de trabajo. Faltan unas 10 cuadras y entonces… Nos chocan. No puede ser. El otro micro pasará en 5 minutos. No  hay problema, faltan 10 para las nueve y sólo 10 cuadras, pero todos pasan llenos. A las 9:05 pasa uno con lugares suficientes para llevarnos y llegó tarde. Me entrevistan con mal humor y me dicen: “Llegó tarde. Parece adecuado para el puesto pero la puntualidad es muy importante para nosotros. Lo pensaremos y le llamaremos. Gracias.”

Al día siguiente tengo otra entrevista. Se ha venido un frío de colección. Nunca había vivido una temperatura así. ¡-6° C! No me levanto temprano. Al despertar siento un dolor en la garganta y decido mantenerme caliente por un poco más de tiempo. No hay gas y tengo que encender leña para calentar el agua. Por fin, cuando estoy listo, descubro que es demasiado tarde. Voy a la cita pero los reclutadores, que venían de fuera, se han ido. Suspiro…

Es miércoles, y no hace tanto frío. Además, me he prevenido y he alistado todo con tiempo. Pero no me había fijado que el dinero de mi cartera se ha acabado. Corro con el señor de la tienda y no está. El que atiende es su nieto y no sabe qué decir cuando le pido 20 pesos para el transporte.  Corro a casa de mi primo pero no está. Ha ido a dejar  a su esposa al trabajo y no volverá pronto. Desconsolado vuelvo a casa. Recojo mi cuarto. Pongo la ropa sucia en su lugar y de mi pantalón caen dos monedas de 10 pesos. Las tomó y corro a mi entrevista. Llegó a la hora de la comida. Los de RH han salido a comer.

Decido aprovechar para ir a otra entrevista. La del jueves. No sé si mañana tenga para el micro. Me reciben y me entrevistan. Están muy contentos. Parece que soy el indicado para el puesto. Me piden que salga unos minutos. Me hacen entrar y me dan la buena noticia de que empiezo mañana. ¡Genial!  Pero no tengo para el transporte público…

Salgo con gran emoción, disimulando mi tristeza y mi vergüenza por no saber si al día siguiente podré volver. Voy a la plaza para despejar mis ideas. El clima frío empieza a ceder apenas, pero ya sale el sol que se refleja hermoso sobre la fuente helada. Parece que estuviera en otro país. De pronto, alguien llama. “¡Juan!”-grita María. “Juan”.

Se ha tomado el día libre como premio al duro trabajo que hicimos juntos y ha recibido una compensación muy buena. Con gran compasión me mira y me pregunta qué ha sido de mí. No sabe si sentir culpa o felicidad. La tranquilizo. Le digo que todo está bien. Que he conseguido empleo y me confieso. Le comento que siento vergüenza, rencor, satisfacción, frustración, dolor, tristeza. Pero que mañana empezaré otra vez. No sé cómo ni con qué medios. Le digo que Dios proveerá. Entonces de su bolso saca una cartera y de la cartera un billete de 500 pesos. Los pone con ternura en mi mano y me dice: “Gracias Juan, por todo lo que me enseñaste y ayudaste. Tómalos. Es un préstamo. Cuando puedas me los pagarás. Yo no los necesito.”

No quiero aceptarlos, pero no quiero retar a Dios. Los aceptó y le doy un abrazo efusivo. Le pido disculpas y la vuelvo a abrazar. Ella es mi salvación en este momento tan gris, tan oscuro. Me invita un café y platicamos. Nos despedimos y le agradezco de nuevo.

Es jueves y ha amanecido. Todo en orden y llego temprano al trabajo. Parece que soy un pez en el agua. Sonrío. La sensación de estar allí es una mezcla de paz y nerviosismo con un aire de esperanza y una nota de confianza. Mis compañeros son geniales y mi jefe se ve feliz por mi desempeño. ¿Tarde? Hoy no.