El siguiente cuento circula por todo el mundo con muy diversos matices.
Se cree que el ajedrez se inventó en la India. A continuación, una versión
ficticia con adaptación mexicana.
Adaptación por
Jahaziel Ramírez Martínez
Sucedió en la segunda
intervención francesa en México que el presidente Benito Juárez defendía con
firmeza la naciente patria. México estaba herido, y su herida más que abierta
era profunda. El presidente tenía que hacer frente a tres naciones: Francia,
Inglaterra y España. Todo era un asunto de oscura traición, arrogancia y
ambición sin escrúpulos. No se me permite decir la verdad del bando de Benito
Juárez porque ganó.
El caso es que el presidente
Benito Juárez se preparó para atender la situación de forma diplomática y de
forma militar. En el caso diplomático Manuel Delgado fue muy exitoso y logró
tras la ofensiva militar francesa acordar la paz con Inglaterra y España,
dejando a Francia sola.
El paso a México se cortaba en
Puebla, y allí decidió el Gral. Ignacio Zaragoza realizar su defensa. De forma
cuidadosa revisó la geografía de su ciudad, sus ventajas y desventajas, sus
generales y sus diferentes habilidades. No dejó cabo suelto Zaragoza. Sabía que
su estrategia solo sería exitosa si se basaba en la defensa, pues no tenía
elementos para sobrevivir si atacaba. Poco armamento, pocos soldados.
Sin embargo, en un paso estrecho
vio Zaragoza la oportunidad de tomar ventaja entre Veracruz y Puebla. Su
posición y su conocimiento del terreno le permitieron enfrentarse a los
franceses sufriendo solo 50 bajas contra quinientas bajas de los francos. Pero
sabiendo su situación, no se precipitó, sino que una vez obtenida la ventaja,
salvaguardó su posición.
Ya en Puebla se organizó sus
tropas de acuerdo a sus aptitudes y la capacidad de sus líderes. Varios
personajes brillantes: A. C. que protegió la retaguardia y aniquiló la
emboscada del traidor Márquez, el potosino Lamadrid que con sus rifleros
destruyó los ataques franceses, el Gral. Negrete quien dirigió la infantería
por el ala izquierda, y el ala derecha protegida por el Gral. Porfirio Díaz.
El Conde de Lorencez, ávido de
triunfos no midió su estrategia y confiado en su superioridad numérica, atacó
los fuertes de Loreto y Guadalupe, ubicados en el centro de la batalla, pero
ocupados previamente por las tropas mexicanas. La fama de invictos de las
tropas de Napoleón III, su tez blanca y su estatura, su ejército disciplinado y
su armamento de calidad, eran motivo para dar un pronóstico errado. Las tropas
mexicanas, morenas, novatas, indisciplinadas y con inferioridad numérica
salieron triunfantes en su estrategia defensiva. Las bajas fueron de 2:6,
logrando el ejército mexicano dispersar al enemigo.
“Las armas nacionales se han
vestido de gloria”- escribía el Gral. Ignacio Zaragoza en su parte al
presidente Benito Juárez. Después las cosas cambiarían. Ciudad por ciudad los
franceses se adueñarían del territorio nacional hasta arrinconar al presidente
de México en la ciudad que a la postre llevaría su nombre. El Gral. Ignacio Zaragoza moriría sin poder hacer más por la
patria que lo que hizo en Puebla.
Exiliado en el norte, Benito
Juárez se sintió desconsolado y desanimado al punto de casi renunciar a la
batalla. Entonces apareció un hombre del pueblo, muy humilde y viejo. Tenía un
regalo para el presidente. Harto ya de las noticias, Benito lo hizo pasar.
El hombre trato de animar a
Benito con un nuevo juego de estrategia inspirado en la Batalla de Puebla. Le
presentó de un lado piezas blancas y ofensivas, y del otro lado, piezas negras.
Con paciencia se le explicaron las reglas. Le mostró que las diferentes
habilidades del alfil, el caballo y la torre emulaban las distintas habilidades
de los generales del 5 de mayo. El contraste en los colores de ambos bandos
reflejaba los colores de piel de ambas razas y el hecho de que el color de la
piel no define nuestro valor como humanos ni nuestro valor en la batalla. Le
explicó que el nombre de alfil es porque los potosinos parecían elefantes en la
batalla, y el término arábigo se lo enseñó su abuelo, quién era árabe. El
poderoso movimiento del Gral. Díaz y sus hombres se comparaba al poder de un
caballo, el Gral. Negrete y su comando de la infantería y las torres recordaban
los fuertes de Guadalupe y Loreto y la brillante defensa que realizaron a favor
del bando mexicano.
No tardó Juárez en comprender y
disfrutar del juego. Se dio cuenta que a veces se pierden piezas valiosas, que
en ocasiones, estar arrinconado es una situación que se puede revertir, y que
estar en una posición defensiva puede ser útil si se juega bien. Cuando jugó y
perdió piezas importantes, lloró al recordar a Ignacio. Pero se consoló en el
hecho de que la batalla podía continuar y los esfuerzos de grandes hombres
sacrificados pueden honrarse en la victoria.
Seguía emocionado con el juego pero
la situación era urgente. Aunque disfrutó del juego, tenía asuntos importantes
que atender y despidió con agradecimiento al hombre, sin poder ofrecerle nada.
Ni siquiera pudo atreverse a mencionar la idea de una recompensa, pues el mismo
era prácticamente un fugitivo.
El ánimo que obtuvo B.J. del
metafórico y recién inventado juego, le permitieron reorganizar su defensa y
poco a poco recuperar el país, hasta que se capturó y fusiló al emperador
Maximiliano de Habsburgo, a quien los franceses habían apoyado para gobernar
México. Fue entonces cuando el presidente Benito Juárez se acordó del hombre y
mandó llamarle.
Cuando el hombre entró al Palacio
Nacional, Benito le recibió con honores. Le agradeció el ánimo que el juego le
infundió y le ofreció una recompensa. Le dijo que escogiera gobernar un estado,
o dinero o minas o lo que quisiera, hasta un puesto en su gabinete. Después de
tanto decirle que no y de tanto reformular Benito propuestas, el hombre, ya
casi más fastidiado que honrado le dijo a Juárez:
“Está bien. Si al presidente de
verdad le parece bien, que se preste atención al tablero de este humilde juego.
Sólo tiene 64 casillas. Por favor, que se me otorgue un grano de maíz por la
primera casilla, dos por la segunda, cuatro por la tercera, y así, que se vaya
doblando la cantidad en cada casilla hasta que lleguemos a la 64.”
Cosa sencilla pareció a todos los
funcionarios que la risa explotó en Palacio Nacional. Al instante dijo el
presidente: “Que así sea”. El ministro de finanzas analizó la promesa y volvió
pálido ante el presidente. Tras los cálculos se dieron cuenta que ni todo el
maíz de las Américas sería suficiente para pagarle al hombre. Con eso el sabio
se echó a reír y dijo: “El que ríe al último ríe mejor. Libero al presidente de
su promesa y pueda el aún vivir muchos años. Esa será nuestra recompensa.”
Con eso se despidió nuestro
humilde mexicano, de un lugar donde se ignora a los grandes sabios.
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